miércoles, 24 de octubre de 2012

Siempre hay alguien más al norte

Soy un amante del frío, y en Madrid puede llegar a hacer mucho frío.
Un día en el refugio de una cafetería conversando con un amigo residente en la Sierra madrileña le expuse mi gusto por el frío y la gran tolerancia que tenía hacia él, con cierto orgullo.
Él ridiculizó mi discurso y se jactó de que donde vivía él hacía mucho más frío que aquí, haciéndome quedar callado a su lado sobre esta materia.
Decidí pues irme a vivir a la sierra.
Ya instalado ahí, después de pasar un par de crudos inviernos con capas de nieve hasta la rodilla, topé con un viajero en otra cafetería. Le hablé con orgullo, señalando hacia la calle, del frío y las condiciones tan duras que teníamos allí, no como esos de la capital..
El viajero, que resultaba ser un habitante de un pueblo de Cantabria, me comentó que eso no era nada, que eran minucias, que en su pueblo pasaban días aislados por la nieve con muchísimo más frío que aquí. 
Dejándome de nuevo callado, absorbió su último trago del café, y mientras sonreía con jactancia se fue de vuelta a la calle.
Decidí, pues, irme a vivir a Cantabria.
Allí pude gozar de un frío atronador que me impulsaba a luchar contra mi mismo por la supervivencia, y me enorgullecía la victoria.
Topé con un francés al que apenas podía entender entre el acento y mi espeso gorro de lana.
Cuando con una sonrisa de complicidad le comenté lo gloriosamente duro que lo estábamos pasando, él me devolvió, una vez más, las minucias. Mis minucias.
Y jactancioso se fue hablando dándome la espalda sobre el frío parisino que él gozaba.
Decidí irme a vivir a París, luego a Berlín, luego a Edimburgo y luego a Estocolmo.
Y poco a poco iba dándome cuenta.
Pero aquel sueco engreído que atusando su enorme barba rubia nunca me tomó en serio colmó mi paciencia.
Y, claro está, me fui a vivir al Polo Norte.
Allí un esquimal me dijo que si tenía algo que demostrar que lo hablara con Dios, que está arriba en los cielos helados.
Para llegar a él resultó que debía morir, y así lo hice.
Charlando con él resultó ser un ser de infinita paciencia y tolerancia, y no conseguí de forma ninguna que entrara en mi disputa.
Así que miré abajo a la Tierra y me reí de esos tontos acalorados, a los que nunca podré asombrar

No hay comentarios:

Publicar un comentario